
La educación tradicional: un gran limitante a la creatividad
Como se sabe, hay numerosos obstáculos que se oponen a la creatividad y, tal vez, uno de los más notorios son los modelos educativos imperantes que, lejos de motivarla, la frenan e inhiben desde el preescolar hasta la educación superior.
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Marta Falcón en un excelente artículo relata lo que ha sucedido frecuentemente: "De pequeñita yo era una niña llena de creatividad y a tope de imaginación. Pero después me tocó ir a la escuela, donde había que recortar por la línea de puntos, y pobre de ti como te salieses por fuera de la línea al pintar. Poco a poco, te van encajando en un grupo, a ti y a todos. Te ponen deberes en los que solo hay una respuesta correcta y te hacen pasar exámenes estándar. Para cuando me di cuenta, habían pasado veinte años, había finalizado todos mis estudios y de repente me pregunté qué había sido de aquella niña tan creativa a la que se le ocurrían cosas geniales". "¡Las escuela matan la creatividad!", decía Sir Ken Robinson.
En efecto, al entrar a la escuela, el movimiento se transforma en inactividad, el mundo real en papel, materias y libros; las experiencias se cambian por los discursos de los maestros, incluso la naturaleza se ve en fotos. Se habla de culturas distantes en el tiempo y espacio; hay una desvinculación total entre la teoría y la práctica…falsas dicotomías: el patio para jugar y el salón de clases para estudiar. El modelo de educación presente, en la mayoría de los países, no estimula a los estudiantes lo suficiente como para pensar, crear, innovar o imaginar.
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Durante mucho tiempo se postuló que aprender era acumular datos en la memoria y la enseñanza estuvo basada en la clase tradicional o textos, donde el protagonista era el erudito profesor, poseedor de la sapiencia, guardián de las verdades del pasado que se dignaba a transmitir a sus alumnos, quienes asumían una actitud pasiva, solo escuchando, ejercitando la percepción y memoria. Este método que, en el peor de los casos, se reducía a una poca estimulante repetición monótona de papeles amarillentos por el tiempo y, en la mejor de las posibilidades, a una charla amena, no siempre de alto contenido. Se le daba más importancia a saber cosas que a saber hacer cosas.
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Es importante destacar que cuando hablamos de los modelos educativos, no nos referimos exclusivamente a la escuela, sino que también a la llamada educación superior, profesional e incluso posgrados, en que esa realidad, con algunas variantes, se repite.
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Además, las nuevas tecnologías, producto de la Cuarta Revolución Industrial y la sociedad 4.0, han modificado drásticamente nuestros comportamientos en comunicarnos, comprar, vender, estudiar, divertirnos e informarnos. Cambios que se vieron acelerados con la pandemia; sin embargo, la educación, salvo por la virtualidad, no ha asumido los nuevos retos. Gran parte de lo que se enseña ahora lo hará mejor la Inteligencia Artificial en unos años: desde escribir sin errores hasta estudiar historias clínicas para, a través de análisis químico-físicos, detectar enfermedades.
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Esto hace que la educación deba asumir, en esta nueva situación, que el concepto mismo de enseñanza más bien tiene que ser un proceso de aprendizaje, es decir, tomar consciencia que el educador moderno no enseña, sino que guía el aprendizaje. No da conocimientos, sino que señala hábilmente el camino para descubrirlos, construirlos y conquistarlos.
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La enseñanza está siendo orientada en ese sentido y como principio la metodología a utilizar es que el estudiante adquiera conocimientos que posibiliten los cambios de actitud necesarios al futuro profesional, que le permitan tener contacto con la realidad, que adquiera elementos para el desarrollo de procesos de investigación y, fundamentalmente, que adquiera capacidad para el análisis conceptual que le permita identificar problemas y aportar sus respectivas soluciones.
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Resulta mucho más substancial para el futuro profesional poseer la capacidad, habilidad o destreza para descubrir o conocer la información que necesita para lograr una comprensión básica de la realidad, antes que manejar conceptos y detalles variables, según cada circunstancia.
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El estudiante del siglo XXI no necesita escuchar clases magistrales mientras el docente habla, habla y habla. Necesita acción, investigar, usar tecnología. No olvidemos la brecha digital que se genera con el docente, que mayormente son inmigrantes digitales dando clases a nativos digitales. En la cabeza del estudiante del siglo XXI ya no hay tanto espacio para la memorización, incluso los salones de clase todavía siguen siendo tradicionales, instaurados y formulados según las dos primeras revoluciones industriales que vivimos hace 200 años. Por eso se suele concluir que: ¡Tenemos alumnos del siglo XXI, profesores del siglo XX y programas del siglo XIX!
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Como alguien decía, los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender. Según Confucio, la esencia del conocimiento, cuando se tiene, es saber aplicarlo.
Marta Falcón: "¿Por qué la escuela acaba con la creatividad?" 12 de octubre de 2018. https://martafalcon.com/por que-la-escuela-acaba-con-la-creatividad/

